Memorioso. Observador. Entusiasta. En el tren de su nostalgia laten historias que recrean la pobreza de la infancia, personajes, bares, costumbres de un Tucumán que vive en sus recuerdos. Animador de bailes. Humorista. Relator deportivo. El periodismo le dio la mano hace varias décadas y no lo soltó. Sus 88 años se iluminan cuando habla de los premios y reconocimientos que recibió por su trayectoria. “Cuatro intendentes de la capital (Chebaia, Martínez Aráoz, Bulacio y Paz) me nombraron ‘periodista destacado del año’”, dice. Ciruja y diablo rojo hasta la muerte, se entusiasma con la charla y pasa de un tema a otro. “Yo he nacido en Las Cejas el 6 de agosto de 1934. Soy el quinto de 12 hermanos. Como mi papá era trabajador del ferrocarril, lo trasladaron luego a Ingeniero Juárez en Formosa, de allí a Güemes y después a La Quiaca, donde viví unos tres años. Mi papá que se llamaba Juan Ezequiel era revisador de vagones, era como un mecánico”, evoca Héctor Costilla Pallares, autor del libro “Tucumán y sus barrios”, donde viven ecos del ayer.
- ¿Cuándo se instalan en Tucumán?
- En el año 42 o 43, yo tenía nueve años. En cuarto grado, yo era medio atorrantito, peleadorcito, tenía varias firmas en el libro de disciplina y cuando mi mamá quiso matricularme en quinto grado, le dijeron que me buscara otra escuela. Yo iba a la escuela Salustiano Zavalía, que quedaba en la José Colombres y Córdoba, turno tarde.
- ¿La animación de bailes fue tu primer amor?
- Yo hablaba por micrófono en un paseo de la Bolívar y Moreno, se llamaba Rosales. Había paseos a la par del cine Reggio o el de Casal, que era de mayor trascendencia, tocaban la música y la gente se paseaba por la 24 de Septiembre hasta la avenida Alem, iba y volvía y los buenmozos se ponían en fila, cerca del cordón de la vereda, para presumir. En todos los barrios había paseos, eran clásicos. Ahí se aprendía a bailar.
- ¿Arrancás en la adolescencia? ¿Cuáles eran los bailes más concurridos?
- Tenía unos 17 años. Estudiantes hacía los bailes de los sábados en el bar Vidal; en el parque estaban el Vidal, el Recreo Ideal, el Parque de Grandes Espectáculos… Animaba los bailes de Estudiantes Alberto Dahan, que era el animador número uno, yo le ayudaba a llevar el equipo amplificador al que ponía la música y un día él salió a bailar y yo me quedé con el micrófono. Después terminé siendo su rival, él era el “Número Uno” y yo “El señor de la animación”. Había bailes en Gath & Chaves, que eran de mejor ambiente, eran de la familia; los dominicales eran de Asociación Mitre, para ir ahí hasta te sumaban los glóbulos rojos. Después animaba en el club Belgrano. Yo lo presenté a Palito Ortega, le di una mano muy grande. Andaba en la calle y nos hicimos amigos. Como animador también lo presenté a Raphael en el club Caja Popular.
- ¿Cómo se produce tu desembarco en el periodismo radial?
- Ángel Remigio Abregú tenía la audición “El mundo del deporte”, y relataba fútbol y tenía la publicidad en las canchas. Entonces me lleva como locutor de cancha para que lea la publicidad por los parlantes. Después iba a dejar la carpeta en la radio y me quedaba mirando. Y un día me preguntan si me animaba a hablar por el micrófono de LV7. Tenía que leer los resultados de las carreras del hipódromo. Y me fui animando a hacer cositas donde estuve 57 años.
- ¿Cómo llegaste a LA GACETA?
- Luis Fortunato Terribile se juntaba en un grupo con Enrique Mario Rojas, Remigio Abregú y los Roger que tenían un taller en la calle Catamarca. Como yo era medio charlatancito, contaba unos cuentitos, me llevaban con ellos a comer. Terribile era jefe de deportes en el diario Noticias. “¿Te animás a escribir los chistes en el diario? Lo que se te venga a la cabeza”, me preguntó. Acepté. La sección se llamaba Futbolerías. Tenía que ver en la cancha alguna cosa que me pareciera graciosa e ir armando las apostillas. En LA GACETA, se va Plácido Paz, que hacía una columna de humor, entonces Antonio Benejam me preguntó si quería ir al diario para que hiciera lo mismo que en Noticias y acepté encantado. Ahí me quedé y me fui puliendo y comencé a hacer otras cosas. Me acuerdo que Eduardo García Hamilton me felicitó por la nota que le hice al Loco Vera, que lo habían puesto en un geriátrico en el Ingenio San Juan, cuando lo sacaron de la calle. Fuimos con Arrieta, el chofer, a entrevistarlo. El Loco me conversó como si yo fuera el loco y no él. Era un personaje de los que deambulan en las ciudades, en los pueblos. Andaba con un palo y un tarro vacío de leche Nido. Y una gorra vieja, como los pantalones subidos hasta la rodilla y unas zapatillas viejas. Andaba mendigando. Era un personaje extraordinario.
- Era una época en que había varios linyeras que dejaron su impronta, como Pacheco.
- Había otro inquilino de la calle, Panchito, que se paraba en las esquinas y dirigía el tránsito, tenía un pito. Después había otro que era un clásico, un hombre bien gordo, que se sentaba en las escalinatas de la iglesia San Francisco. Después salieron otros más. Catita era un tipo que andaba descalzo, hincha veneno de Atlético. Después estaba el que cuidada los autos en la plaza Independencia. No eran atrevidos; Panchito era el más buenito de todos. Antes se enojaban los cocheros de la plaza porque les gritaban: “¡Degüello!”, cuando pasaban, en los ejes que tenía el coche se colgaban los changos, igual que en los tranvías para ir de colados.
- Paralelamente al diario, seguiste haciendo radio…
- En la radio seguía haciendo locución de cancha hasta que me hicieron una prueba y quedé. Cuando se fue Abregú, termino relatando fútbol desde la cancha de River, de Boca, de Vélez, de Racing y después desde Mar del Plata hago boxeo con Saldaño; en Córdoba, relato una pelea de Locche, hago 13 campeonatos argentinos de básquet y relato la carrera en la que participaron en Tucumán, las suecas. En LA GACETA comienzo escribir un poquito más, le hago una nota a Roberto Santillán el técnico de Atlético. Después comienzo a ponerle titulitos a los equipos, por ejemplo, a Jorge Newbery, los aviadores; a Almirante Brown, los marinos; a los de Experimental, las avispas, apodos que han quedado. Había un jugador de San Martín, Pamperito Toledo, que erraba goles en la puerta del arco y yo decía que Pampero no hacía un gol ni en el arco iris, y ahora en Buenos Aires hay una audición que se llama “Un gol en el arco iris”. Dije que no es que Pampero no hacía el gol, sino que la pelota era la caprichosa, y hoy hay una audición de Quique Wolf que se llama “La caprichosa”.
- ¿Qué te quedó pendiente de hacer en estos 88 años? ¿Qué esperás de la vida?
- Estudiar. Porque todo lo he hecho a dedo, me he dedicado a estudiar por mi cuenta. He escrito un libro que reúne notas que se publicaban en el suplemento de Espectáculos. Mi vida ha sido muy humilde, en donde más he mamado cosas del periodismo ha sido en LA GACETA. Y qué más espero, que me llamen de arriba.